Tras el colapso de la convertibilidad, los bancos, junto con las privatizadas, estaban entre los sectores empresarios más odiados. No podía ser de otra manera: la quiebra de la convertibilidad se encauzó con una megadevaluación y un zarpazo a los ahorristas, apenas una década después de que la crisis hiperinflacionaria condujera también a una confiscación de depósitos.
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